Sinopsis
A finales del siglo XVII, Japón no era un lugar seguro para los cristianos. Considerados peligrosos por los señores feudales que gobernaban el país, los kirishitan fueron perseguidos hasta que no quedó ninguno. En este contexto, los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garrpe (Adam Driver), sacerdotes jesuitas, viajan hasta el país nipón en busca de su maestro, de quien han oído rumores de apostasía.
Crítica
Habla Dios en el silencio
Es el año 1989. Martin Scorsese se encuentra en un tren con destino a Japón. Acaba de dirigir la polémica La última tentación de Cristo cuando se dispone a leer el libro Silencio de Sushaku Endo. Él todavía no lo sabe, pero ese libro le afectará profundamente. Treinta años después, y tras superar algún problema de financiación, ha llegado a los cines de todo el mundo una de las mejores películas de Scorsese -y de las más largas: tal vez lo que eche para atrás a muchos es la duración, casi tres horas de metraje-.
¿Habla Dios en el silencio? ¿Es posible que calle ante el martirio de cientos de japoneses católicos? Ésas son las preguntas que rondan la cabeza de los tres protagonistas de esta monumental obra. Dos jesuitas que van a buscar al que fue su mentor porque se dice que ha apostatado de su fe, una persona excepcional que además fue cronista de como muchos japoneses católicos defendieron valientemente su fe.
¿Cómo es posible que una persona tan importante renuncie públicamente a su fe? ¿Qué movimiento interior se ha producido? Andrew Garfield y Adam Driver parten en busca de respuestas y encuentran una realidad que les sobrepasa. Silencio es una gran película porque expone como pocas la fe católica. Las dudas e inquietudes, las dificultades, las alegrías, pero también la persecución de cristianos, que no ha cesado desde el Imperio Romano y que, con demasiada frecuencia, callan los medios de comunicación.
Estamos ante una película madura, fruto de un director que busca respuestas. El mensaje es sencillo pero contundente, nadie puede juzgar la fe de otro porque sólo Dios conoce el corazón de cada hombre. Como decía San Juan de la Cruz: «en el atardecer de la vida se nos juzgará del amor». Dios sabe de nuestras inquietudes y está siempre dispuesto a acogernos. A cambio sólo pide que estemos dispuestos a abrir cuando Él nos llama.
Este dolor interno y está llamada al perdón aparece reflejada en el guía de los dos jóvenes jesuitas. Acude con frecuencia a pedir el ministerio del perdón porque si muchas son sus caídas, Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros lo que nos cansamos de pedir perdón. En definitiva, es Silencio una película intensa, única y necesaria que seguro no dejará indiferente a nadie a la salida del cine.
Cuando un joven Martin Scorsese dejó el seminario a los 17 años, el mundo perdió un sacerdote y ganó un cineasta genial. Uno que ha dedicado su carrera a buscar la redención –“de algún modo la vez que más me acerqué a la redención fue con Toro Salvaje, cuando Jake LaMotta se mira en el espejo y es capaz de aceptarse como es”, asegura en esta entrevista-. Un director infatigable cuya llama arde con más fuerza que nunca a los 74 años en su última película, Silencio.
¿De qué “silencio” habla el italoamericano? ¿A qué viene su título? Tal vez se refiera al silencio de lo ignorado, de un drama secreto y trágico: la masacre de los cristianos japoneses antes del cierre definitivo de las fronteras del país. Silencio es un documento histórico que hace entrar la letra con sangre: Scorsese no se corta en mostrar la fértil imaginación de los perseguidores nipones a la hora de ejecutar kirishitan. Sea crucificados en el mar, desangrados boca abajo o quemados vivos, la cinta muestra en todo su horror el suplicio por el que pasaron aquéllos campesinos nipones que no quisieron negar a Cristo.
Tal vez Martin Scorsese hable del silencio de Dios. De las dudas que acosan al padre Rodrigues –inmenso Andrew Garfield, empático y humano, demasiado humano- durante su particular Pasión. Silencio es una cinta profundamente cristológica, en la que la trayectoria del jesuita protagonista es reflejo de la de Jesucristo: desde su entrada a lomos de un asno a Jerusalén/Nagasaki hasta el sabor a vinagre que inunda su boca o la angustia propia del Huerto de los Olivos.
Una tercera opción es que el silencio del título sea el mutismo de los campesinos. La fe callada y secreta de la gente sencilla, la fe tierna y apasionada que conmueve a los sacerdotes recién llegados al país. A través de cómo viven la fe estos pueblerinos –por más que cierto personaje en la película tilde su creencia de superstición y deformación del Evangelio-, uno puede re-descubrir el valor de los sacramentos. Desde la comodidad de Occidente resulta sencillo para un cristiano dar por sentados elementos como la misa, la confesión o el bautismo que para estos kirishitan japoneses resultan vitales como el pan de cada día.
O tal vez, simplemente, el silencio de Scorsese sea el aire de pesada contemplación que sobrevuela cada plano. La carencia de música dramática que subraye los elementos más dramáticos, la fascinación callada ante una estética –la del Japón feudal, una sociedad de samuráis y ceremoniales- apabullante y retratada al milímetro. El silencio de respeto que emana de cada elemento técnico de la película, de la fotografía al vestuario o el maquillaje.
Sea cual sea el sentido de este título –puede ser cualquiera, pueden ser los cuatro a la vez-, lo cierto es que el monumento que ha erigido Martin Scorsese es una gozada para los ojos y para el alma. Cine inteligente y profundo que combina lo inmediato y lo trascendente. Una película que da para mucha reflexión posterior y que se ha de disfrutar, como no, en silencio.
(Hemos dicho ya que tiene mucha tela que cortar, así que para los lectores que ya hayan visto la película o a quienes no les importen los spoilers, vamos a profundizar un poco en el análisis de “Silencio” de cara a posibles Cinefórums o reflexiones)
Un punto clave para un análisis trascendente de Silencio es la forma en la que retrata el núcleo de la trama, la apostasía del padre Rodrigues. Traicionado por su Judas particular y torturado psicológicamente por las autoridades japonesas, el sacerdote interpretado por Andrew Garfield termina apostatando, negando a Cristo y viviendo el resto de su vida al servicio de sus captores.
Rodrigues queda como un hombre roto, derrotado. Un siervo del Estado que ha masacrado a sus hermanos en la fe que, sin embargo, en su fuero interno nunca deja de albergar una llama de Esperanza. El crucifijo que logra preservar hasta su entierro simboliza la fe escondida, alejada de la vista de sus captores. Una fe que, en su caso, no se manifiesta en obras externas de piedad sino en cada acto de amor que realiza: «cada una de mis acciones habla de Jesús», dice Rodrigues via voz en off.
Católicos de referencia como el obispo Robert Barron critican este acercamiento a la fe –“es justamente la clase de cristianismo por el que la cultura reinante tiene gusto: totalmente privatizado, escondido, inofensivo”, dice aquí-, pero lo cierto es que, visto desde otra perspectiva, lo que Scorsese muestra es que el nucleo de la relación con Dios no está en las formas externas.
“Silencio” envía con este último plano una invitación a no juzgar la fe del prójimo en base a lo mucho o poco que cumpla con los compromisos exteriores. Solo Dios juzga y, en todo caso, siempre en base al Amor. «Lo que importa es el amor» espeta Rodrigues al gran inquisidor Inoue durante una reveladora conversación hacia la mitad del film: el japonés le dice que el matrimonio entre Japón y la Iglesia no puede durar porque ésta es fea y estéril.
En este mismo diálogo, por cierto, vemos reflejado de forma prístina el eterno debate entre Iglesia y Estado moderno: mientras que Rodrigues apunta a la Iglesia como guardiana de una verdad universal que debe ser, por su naturaleza, propagada a toda persona, Inoue ve la religión como una herramienta al servicio del Estado. Un elemento de cohesión que debe servir –como hace el budismo- para cohesionar al pueblo y volverlo dócil.
Cabe destacar también las tribulaciones del personaje del padre Ferreira (Liam Nesson), el maestro de Rodrigues y Garrpe convertido en apóstata. Es un intelectual, un hombre que construye un armazón racional para auto-justificar su decisión y que vive cargando con él, pero no es un hombre feliz. Está tranquilo, pero no tiene alma ni vida: los ojos de Ferreira son dos cuencas vacías.
No es Rodrigues sino Ferreira el auténtico derrotado, y éste, como el joven protagonista, también mantiene en lo más íntimo de su ser un destello de luz: cuando está hablando con Rodrigues en el puerto, se le escapa un “nuestro Señor” que después se apresura a negar haber dicho.
Si algo ha caracterizado el cine de Martin Scorsese es el ritmo frenético de muchas de sus obras. Casino, Uno de los nuestros o El lobo de Wall Street, por ejemplo, están marcadas por un montaje vertiginoso que atrapa al espectador en los primeros minutos y lo sacude hasta el final. Con Silencio, Scorsese retoma el tema religioso tratado ya antes en La última tentación de Cristo y Kundun para ofrecernos una obra grandiosa, pausada, con un montaje lento que invita a una contemplación hiriente.
En la segunda mitad del siglo XVII, dos jóvenes sacerdotes jesuitas viajan voluntariamente a Japón en busca de un misionero que ha sido referente espiritual en sus vidas y que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Al llegar a Japón se encuentran con una comunidad cristiana acogedora y humilde que vive en la clandestinidad y es hostigada con agresividad. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia con que los japoneses reciben a los cristianos.
A lo largo de todo el extenso film se van oyendo varias voces en off que rezan, se preguntan, manifiestan sentimientos… todas esas voces contrastan con el pesado silencio de Dios, que parece impasible ante el sufrimiento.
El problema del mal, presente siempre en la Teología, es presentado con toda la desnudez. ¿Es lógico creer en un Dios que calla ante del dolor de los que quieren serle fieles?, ¿Dios quiere una fidelidad que lleva a la muerte o se decanta por una apostasía que salva vidas? El joven padre Rodrigues vivirá un Getsemaní terrible en el hasta su figura atormentada irá pareciéndose a un Ecce Homo… sus preguntas angustiosas chocarán con el silencio de Dios.
Hoy sigue habiendo persecución contra los cristianos en muchos lugares; en nuestro mundo acomodado van llegando noticias e imágenes de la tortura, la cárcel y las ejecuciones que se siguen dando. A la vez que nos muestra la persecución, Silencio lleva a la pantalla la grandeza de los sacramentos, la fuerza del perdón y la autenticidad del seguimiento de Cristo. Para nuestro cristianismo, excesivamente burgués, domesticado e inofensivo, el film de Scorsese tiene que ser necesariamente una provocación.
No es un film para todos los paladares; su estilo espiritual y su tono intimista y profundo hacen que pueda ser saboreada fundamentalmente por personas con un afán de búsqueda interior. Una película dolorosa, discursiva y reflexiva, una llamada a la reflexión sobre las consecuencias de la coherencia de la fe; una película cuyo visionado obliga a salir de la sala en silencio.
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Ficha técnica

- Título Original: Silence
- Dirección: Martin Scorsese
- Guión: Jay Cocks, Martin Scorsese (Novela: Shusaku Endo)
- País: EEUU
- Año: 2016
- Duración: 159 min. min.
- Género: Drama histórico
- Interpretación: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Ciarán Hinds, Tadanobu Asano, Shin’ya Tsukamoto, Ryô Kase, Sabu (AKA Hiroyuki Tanaka)
- Productora: Cappa Defina Productions / Cecchi Gori Pictures / Fábrica de Cine / SharpSword Films / Sikelia Productions / Verdi Productions / Waypoint Entertainment
- Música: Kim Allen Kluge, Kathryn Kluge
- Fotografía: Rodrigo Prieto
- Estreno en España: 6 de enero de 2017
Me parece que os han colado un gol con la última película de Scorsese: es una película de enseña a apostatar:
http://www.religionenlibertad.com/silencio-pienso-verla-54226.htm
No creo que esta película quiera enseñar a apostatar a nadie. Quizá lo que si quiera, es denunciar la apostasía de muchos cristianos de hoy en día comenzando por los sacerdotes.