“Haz sonar las campanas que aún puedan sonar,
y olvida tu ofrenda perfecta;
hay una grieta -una grieta- en todas las cosas.
Así es como entra la luz”
La cita pertence a Anthem, una canción que Leonard Cohen publicó en 1992, y me venía a la mente hace poco mientras veía Dos buenos tipos, la buddy movie de Shane Black protagonizada por Russell Crowe y Ryan Gosling.
A primera vista, la canción y la película no podrían ser más diferentes: la primera es una poesía amarga y melancólica sobre la vida en un mundo desolado; la segunda, una comedia llena de acción y diálogos chispeantes impregnada del espíritu de los 70. Parecería que el tono de una obra choca frontalmente con el de la otra, pero hay algo más allá de la superficie que las conecta. Algo íntimo. Llamémoslo humanismo.
La clave es la grieta. Esa fractura que -dice Cohen- existe en todas las cosas. Esa que aparece también en otra frase célebre, una atribuida -seguramente de forma errónea- al escritor Ernest Hemingway: “Estamos todos rotos; así es como la luz puede entrar”. Sea como sea, hay una verdad profunda en esta formulación.
Los cristianos lo entienden como la relación entre el pecado original -la grieta- y la gracia redentora de Dios -la luz que entra a través de la herida-, pero no es una experiencia exclusivamente religiosa. Es más: me atrevería a decir que todos hemos vivido ese momento en que nos damos cuenta de que nuestra realidad, limitada, no coincide con la imagen perfecta que nos gustaría proyectar.
Ese momento en que nuestros planes perfectos se quiebran e irrumpe en nuestra vida el dolor, la pérdida, la enfermedad o la incapacidad. Leonard Cohen da voz a este sentimiento de impotencia en Anthem, y también lo viven los protagonistas de Dos buenos tipos. En la película de Black ambos protagonistas son terriblemente conscientes de su propia limitación.
Por un lado, está Holland March, el personaje de Ryan Gosling. Él es un detective privado que se refugia en el alcoholismo para apaciguar la culpa de haber dejado morir a su mujer y que constantemente se da cuenta de que es un padre terrible para su hija, Holly. “¿Soy mala persona?”, le pregunta a la joven en una ocasión. La respuesta de ella llega rápida y concisa: “sí”.
Junto a March está Jackson Healy (Russell Crowe), un matón sin escrúpulos cuya vida solitaria se reduce a dar palizas por dinero. Ambos son personajes quebrados, que cargan con sus heridas bajo una capa de humor, un disfraz de ironía constante. Ambos, también, se ven involucrados en un caso que los llevará a encontrar cierta paz y esperanza.
Tanto March como Healy comienzan a sanar sus heridas, pero no lo hacen a fuerza de autodisciplina y esfuerzo, sino dejando que la luz entre por sus grietas. En una de las escenas más conmovedoras de Dos buenos tipos, Healy recuerda una vez en que salvó a un grupo de personas en un bar de un atracador. “Nadie me pagó por ello: fue el mejor momento de mi vida”, dice.
Este mismo sentimiento le conduce a través de la trama de la película y le une a March y su hija. No encuentra la paz encerrándose en sí mismo, sino poniéndose al servicio de alguien que le necesita. Resulta interesante que en una película llena de violencia, tiroteos y peleas el momento definitorio para este personaje sea no rematar al villano, algo que es capaz de hacer solo tras conocer a Holly.
Dos buenos tipos, en definitiva, es una historia en la que Shane Black presenta a dos personas rotas que dejan atrás su egoísmo de forma altruista. Y que no lo hacen con orgullo autosuficiente, sino como respuesta a la necesidad de quien tienen enfrente.
Una historia que se hace eco de la atmósfera de la canción de Leonard Cohen. La constatación humanista y comprensiva de que, por más rotos que estemos, esto puede ser una oportunidad para dejar pasar la luz a nuestro interior.
- Si quieres leer un análisis en profundidad sobre otros aspectos de Dos buenos tipos, como sus referentes cinéfilos o la carrera de su director, te puede interesar este texto de Sergi Grau.