Sinopsis
En la Navidad de 1970, un grupo de cinco alumnos se ven obligados a pasar las vacaciones en el internado en el que estudian, una prestigiosa escuela privada de Nueva Inglaterra. El aburrido y exigente profesor de Historia Antigua será este año el supervisor y la cocinera Mary, que acaba de perder a su hijo en Vietnam, quien les cocine y acompañe estos días. Aunque ninguno quiere estar allí, no les queda otra que convivir de la mejor manera posible: las risas están servidas y la aventura asegurada.
Crítica
Los que se quedan | Acoger el pasado para entender el presente
“Non nobis solum nati sumus”. Cicerón escribió que “no nacemos solo para nosotros mismos”, conectando el escrito de Platón con el ideal cosmopolita estoico, según el cual todos los hombres tienen una amabilidad natural para con los otros hombres y tienen que “contribuir al bien general mediante un intercambio de actos caritativos» (officia), dando y recibiendo”.
¿Cuántas veces nos hemos sentido afligidos mirando nuestra vida? Recreándonos en nuestros deseos no cumplidos, aspiraciones frustradas o metas imposibles… Y qué redundante nos suena, cuando estamos amargados, que nos digan aquello de “sal de ti”, “comparte con los demás”, ¿verdad? Pues parece que funciona. Las enseñanzas milenarias que apuntaban desde antes de Cristo los filósofos en la antigua Grecia mantienen una actualidad pasmosa. No es casualidad que el protagonista de la cinta Los que se quedan sea profesor de “civilizaciones antiguas”. “Si se quiere entender el presente, es necesario volver al pasado” reza el profesor Hunham en sus clases.
Y Alexander Payne nos lo cuenta de una manera mágica, tierna y brillante. El director estadounidense (Los descendientes, Paris, je t’aime, Entre copas) dirige este largometraje con el guion de David Hemingson -guionista en siete series de TV- en el que perfila a unos personajes basados en arquetipos sociales muy marcados, que desciframos en el subtexto como una aguda pero sutil crítica social de clases y de raza. La película es un melodrama, combina el género dramático con tintes sociales y la comedia.
El humanismo de Payne, con el que ya exploraba las idiosincrasias y las “mochilas del pasado” en sus personajes de manera elocuente en Los descendientes y Entre copas (largo en el que trabajó por primera vez con Paul Giamatti), esta vez nos acerca a un joven y a dos adultos con miedo a ser vulnerables, y sobre todo, a mostrarse vulnerables ante los demás. En este sentido, nos resuena El indomable Will Hunting, por el paralelismo en el bello proceso comunicativo y constructivo entre el profesor y alumno, así como El club de los poetas muertos, desde la perspectiva de aprender a mirar el mundo con asombro y a establecer vínculos, acompañados del docente o tutor. “¡Oh capitán, mi capitán!”.
El duelo que sufre Mary por la reciente muerte de su hijo, la soledad que aflige al profesor Hunham, el abandono que siente el joven Angus por sus padres y la impotencia de no poder ayudar a su padre enfermo… son el punto de partida de la historia. Al convivir a la fuerza entre ellos, descubrirán, bajo la mágica (es Navidad) y tierna (se han convertido en una familia) mirada del asombro, que se puede confiar en el otro.
Está rodada en formato 1,66:1, algo que favorece esos primeros planos tan sugerentes de nuestros protagonistas. ¿Cómo explicar la sorpresa que causa percibir ese primer plano de Paul Giamatti con ternura? Gran trabajo de casting, de dirección de actores y de interpretación. A los hechos me remito, ganadores de dos Globos de Oro: Giamatti y la arrebatadora Da’Vine Joy Randolph, que nos hace creer que está por encima del bien y del mal… sus divertidas y absolutistas expresiones marcadas por la ironía.
El director ha trabajado con aspectos tantos técnicos (objetivos, iluminación, grano añadido) como de puesta en escena (localizaciones, decorados, vestuario, peinados) para impregnar el carácter setentero en la cinta pero siendo conscientes de que hacían una película contemporánea. Punto a favor del director por poner las cartas sobre la mesa y hablar abiertamente de la depresión, desde luego, algo que quizás no estaba en el vox populi de los jóvenes estadounidenses en los años 70, pero que siempre ha sido un aspecto real de nuestro día a día en el contexto familiar y social. Nos alegramos de que se aborde abiertamente en una película como esta, con una gran proyección de audiencia.
Una banda sonora muy navideña
La música que escuchamos en la banda sonora original es otro gran regalo que nos hace Alexandre Payne por Navidad. Con aroma a los 70’s escuchamos a los populares Cat Stevens, Tony Orlando and Dawn o The Chambers Brothers también a músicos contemporáneos como Damien Jurado o Mark Orton -con quien Payne trabaja por segunda vez, tras el éxito fraguado en Nebraska y cuya deliciosa música reconforta y sana las heridas (de los personajes y las nuestras) y fantásticas adaptaciones de clásicos villancicos a cargo de The Temptations o The Swingle Singers, entre otros.
Lo mejor de la película es no solo la redención de Paul, Mery y Angus, el resultado de la hermosa transformación interior que experimentan, sino el proceso en sí, como diría el músico Jorge Drexler: “Amar la trama más que el desenlace”. Un proceso de asombro, de aprendizaje, de admiración y de perdón. ¿Quién le iba a decir al profesor Hunham que acabaría un granuja de esos ablandando su corazón? Como dice Christian Bobin en Resucitar: “El día en que nos permitimos un poco de bondad es un día que la muerte ya no podrá arrancar del calendario. (…) Una inteligencia sin bondad es como un traje de seda vestido por un cadáver”.