Cartas desde Iwo Jima
Dirección: Clint Eastwood. País: USA. Año: 2006. Duración: 140 min. Género: Drama bélico. Interpretación: Ken Watanabe (general Tadamichi Kuribayashi), Kazunari Ninomiya (Saigo), Tsuyoshi Ihara (barón Nishi), Ryo Kase (Shimizu), Shidou Nakamura (teniente Ito), Nae (Hanako), Hiroshi Watanabe (teniente Fujita), Takumi Bando (capitán Tanida), Yuki Matsuzaki (Nozaki). Guión: Iris Yamashita y Paul Haggis; basado en el libro "Picture letters from commander in chief" de Tadamichi Kuribayashi. Producción: Clint Eastwood, Steven Spielberg y Robert Lorenz. Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox y Gary D. Roach. Diseño de producción: Henry Bumstead y James J. Murakami. Vestuario: Deborah Hopper. Estreno en USA: 12 Enero 2007. Estreno en España: 16 Febrero 2007. |
Hace sesenta y un años, los ejércitos norteamericano y japonés se vieron las caras en Iwo Jima. Décadas después, varios cientos de cartas son desenterradas del suelo de esa inhóspita isla. Las cartas ponen cara y voz a los hombres que allí lucharon, así como al extraordinario general que los dirigió. Los soldados japoneses son enviados a Iwo Jima sabiendo que, con toda probabilidad, ya no regresarán. Al mando de la defensa se encuentra el general Tadamichi Kuribayashi, cuyos viajes a Norteamérica le han revelado la naturaleza inútil de la guerra, pero también le han proporcionado un conocimiento estratégico sobre cómo hacer frente a la imponente armada de guerra norteamericana que se aproxima por el Pacífico. Sin más defensa que la pura voluntad y las rocas volcánicas de la propia isla, la táctica sin precedentes del general Kuribayashi transformó lo que se preveía como una derrota rápida y sangrienta, en casi 40 días de combate heroico e ingenioso.
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CRÍTICAS
Al igual que sucedía con Flags of our fathers, la última obra maestra de Clint Eastwood nos sitúa en su inicio en tiempo presente, vemos a unos espeleólogos escarbar en los túneles, antiguas trincheras de la isla de Iwo Jima. Lo que encuentran ?que, lo sabremos en el desenlace, son las cartas que los soldados escribieron y que jamás pudieron enviarse- sirve de hilo narrativo del filme.
Semejanza parcial con Flags… Semejanza por cuanto en ambos casos se trata de activar la memoria elegíaca, parcial en consideración a que, en la (mal) llamada «versión americana», la estructura de flash-backs obedecía a unos patrones más complejos que los que atañen a la presente obra, y ello tenía que ver también con lo que creo que desde el primer minuto de metraje las distingue: en Flags… sucedía algo parecido que en el filme de Spielberg sobre la Guerra Mundial, su narración partía de experiencias íntimas que unos padres desgranaban para sus hijos (o más bien en las que unos hijos trataban de remover para conocer mejor a sus padres), y en cambio en Letters from Iwo Jima no hay personajes en el presente a los que recurrir emocionalmente, sólo cartas, que abundan (por su propia naturaleza) en esa intimidad pero que lo hacen desde la premisa de una distancia.
Aunque no sea realmente así (porque la obra que nos ocupa está basada en las cartas reales del General Kuribayashi), el espectador puede llevarse la sensación de que Eastwood y los guionistas establecen una separación en su acercamiento a las experiencias niponas que no les incumbió en el caso de su propia patria. Más que establecerlo, se lo autoimponen, muestra del respeto de los responsables del filme hacia el material que barajan. Y Eastwood se atreve, en tales términos, a nada menos que efectuar un retrato humano de una cara poco concurrida en el cine sobre la Segunda Guerra Mundial, la de los perdedores, o más bien la de los enemigos, para con quienes refuerza -en el tono de constante melancolía que exudan las imágenes- la veneración por el hombre que se halla en el sentido último de sus intenciones, de esta espléndida radiografía del arqueología del alma.
Volveré a comparar esta obra con Flags… para decir que en ambos casos el retrato de pulsiones estrictamente humanas en liza elude en todo caso la animadversión por el enemigo: a pesar de ser éste visible en ambos casos, es invisible en el discurso; en este sentido puede decirse que las obras de Eastwood se incardinan de pleno en los filmes que han tratado las contiendas bélicas desde la crudeza del sufrimiento de los soldados (y/o civiles), a los que se considera víctimas sin distinción de su condición de héroes o villanos, esto es en el fondo sin cuestionarse en definitiva si la guerra (y la Segunda en particular tiene especial mérito, ya que las razones de su existencia son la menos puesta en duda de todas las guerras) mereció la pena, o por qué razones fue necesaria o innecesaria.
En Letters… asistimos a los meses previos al ataque de la flota norteamericana al islote de Iwo Jima y hasta que la batalla termina con la toma de aquella isla por parte de los aliados. Mediante una mesurada y progresivamente lírica introspección en el bagaje emocional de diversos de los peones de aquella contienda ?principalmente el General Kuribayashi y el soldado raso Saigo (ambos magníficamente encarnados por, respectivamente, Ken Watanabe y Kazunari Ninomiya)-, el filme nos introduce en una enésima relectura de la guerra, una enésima e igualmente necesaria relectura de lo que se halla tras las estrategias militares, las consignas políticas y los titulares periodísticos: la vida en el abismo, las penosas condiciones de los hombres que esperan su hado con un fusil en la mano.
Y en este caso, sobrecoge el modo tan gráfico y a la vez tan bello utilizado por Eastwood para hablarnos del mermado estado de la guarnición nipona, de las dificultades con el poco rancho del que disponen, de los problemas con la disentería que aún agravan los apuros de los batallones nipones (y de los que no se libran siquiera algunos oficiales); de la privación de derechos para los civiles como efecto inherente a la supremacía (¿necesaria?) del ejército (mediante diversos flash-backs que atañen a Saigo o a su compañero Shimizu); del desconocimiento ?y correlativo odio- del enemigo como coda a la convicción del soldado; de la confrontación burocrática y estratégica de los diversos oficiales dependiendo de su más acusado sentido de la tradición o del pragmatismo, y de las decisivas consecuencias contadas en vidas humanas perdidas; … De la inocencia sacrificada. Desde el primer al último minuto del filme, y a sabiendas el espectador del resultado de la contienda, Eastwood impregna las imágenes (ya desde la palidez casi precaria del filtro amarillo de las mismas, sólo rota por la sangre) de un constante sentimiento de desolación, de pérdida, de evocación melancólica por este destino seguro y trágico. Desde ese punto de vista es Letters… una terrible y sublime crónica de la derrota del ser humano.
Igual que sucedía con el personaje de Tom Hanks en Save Private Ryan (que era profesor en su vida civil, profesión impensable para los soldados a su cargo), en este filme es muy importante el hecho de que Saigo fuera panadero antes de ser llamado a filas. Sin embargo, a diferencia de Hanks, que consiguió convertirse en hombre-guerra, Saigo no lo logra en ningún momento, y en los últimos compases del filme asistimos más que nada a su lucha por la supervivencia, a su ir y venir siempre al límite de la muerte segura, obedeciendo o a duras penas discutiendo órdenes contrapuestas, sin dejar de pensar en la vida de panadero que perdió: Saigo no logra convertirse en hombre-guerra, y quizá por ello ?nos dice el filme- logra sobrevivir: lejos de negar la arbitrariedad de la vida o la muerte en el campo de batalla, Eastwood abunda con este hilo discursivo en nada menos que el sentido de la existencia humana, que se halla en la nostalgia y en el corazón adherido a unos valores que no tienen nada que ver con los que atañen a un soldado, que no deja de ser un enemigo de la vida, incluso de la propia vida. Es sin duda por razones como ésta por las que hablamos del clasicismo de Clint Eastwood. Ford o Kurosawa hubieran podido perfectamente construir personajes de ese calado humano, que no dejan de contener grandes consignas morales en su seno, en sus actos y en su destino, por justo o injusto que éste sea.
Y termino contrastando de nuevo Flags of our fathers con Letters from Iwo Jima para retomar lo anteriormente apuntado y cerrar la tesis de Eastwood: en ambos casos estamos ante un sentido homenaje a la pérdida, a los hombres que lucharon y murieron o sobrevivieron en aquella isla, cuya condición de héroes no se pone en duda desde la perspectiva más trágica: o dieron la vida bajo el fuego, o tuvieron que llevarse consigo el dolor por tanto horror sufrido.
La otra cara de la moneda
Clint Eastwood cierra de modo maestro su díptico sobre la Guerra del Pacífico, ofreciendo el punto de vista japonés de la pérdida de Iwo Jima. Como Banderas de nuestros padres, también Cartas desde Iwo Jima arranca en nuestros días, con las excavaciones arqueológicas que se efectúan en los túneles que horadaban los montes de la isla, donde organizaron su resistencia las tropas niponas. De ahí, punteada la trama por la voz en off de las líneas escritas por los soldados a sus familias, pasamos a las vísperas de la invasión de la isla por los americanos, cuando llega al lugar el general Tadamichi Kuribayashi a preparar la defensa. Imbuido de su conocimiento del enemigo, por la época en que participó en la Olimpiada de Los Ángeles, rehúsa la convencional excavación de trincheras en la línea de playa, y en cambio organiza la resistencia en un lugar menos obvio, las profundidades de los montes de la isla, mediante la preparación de túneles adecuados donde ocultarse.
Hasta ahora se contaban con los dedos de una mano las películas estadounidenses que humanizaban el bando japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Arenas sangrientas no era precisamente una de ellas, y la más conocida es seguramente Tora, Tora, Tora, recreación del ataque a Pearl Harbor, que daba el punto de vista nipón. Eastwood y Paul Haggis aciertan al mostrar la otra cara de la moneda, con actores japoneses, rodando en japonés, y acudiendo a una guionista de ese país, que previamente había escrito un libreto sobre una historia que transcurre en vísperas de la guerra, por lo que estaba documentada sobre el tema. A partir de las cartas auténticas del general Kuribayashi, se ha construido una notable galería de personajes, que cubre muy distintas personalidades y modos de ver las cosas, desde los tipos más belicosos, que no entienden el enfoque estratégico del oficial al mando, al joven Saigo, arrancado de junto a su esposa encinta para combatir, pasando por el medallista olímpico en hípica barón Nishi, o el supuestamente desprovisto de emociones Shimizu.
El film es muy hermoso, describe muy bien los sentimientos de cada soldado, el amor a su país y lo que les mueve a seguir adelante. Están además perfectamente insertados los momentos de contacto con el enemigo, con lo mejor (el soldado prisionero de Oklahoma, que hace ver a quien quiere verlo que los contendientes de uno y otro bando no son tan diferentes) y lo peor (los desertores y el modo en que son tratados), y la imagen minúscula de la bandera coronando el monte Suribachi es todo un símbolo de lo pequeño o grande que puede ser un hecho según como se mire. Eastwood además, gracias también al sólido guión que maneja, logra que entendamos perfectamente la estrategia militar, el sentido de las distintas acciones bélicas, mostradas con toda la espectacularidad que éstas demandan. No faltan la dureza y violencia de una historia de este tipo, pero de algún modo el fatalismo clásico eastwoodiano parece tamizado por el sentido que los soldados imprimen a sus acciones, donde juega un papel no pequeño el amor por los seres queridos.