«El Principito» no solo es una magnífica adaptación del cuento clásico, también es una puesta al día de su propuesta para el nuevo público, una nueva forma de contar que «lo esencial es invisible a los ojos».
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Le Petit Prince |
SINOPSIS
Una niña cuyo nombre no conocemos vive siguiendo las estrictas directrices de su robótica madre, que le ha preparado un plan de vida en el que cada hora de cada día de cada semana de cada mes de cada año de su vida está contemplado. Mientras estudia en verano para poder acceder a una prestigiosa escuela privada, esta niña entra en contacto con su estrambótico vecino, un anciano vestido de aviador que le explica extrañas historias acerca de un Principito que vivía con miedo a que los baobabs ahogasen su preciada rosa.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de CinemaNet]
Más o menos todos conocemos la historia de “El Principito”: la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry ha fascinado durante generaciones a grandes y pequeños bajo su apariencia de inocente cuento infantil. Que ochenta años después sigamos leyéndolo, releyéndolo, analizándolo y dándole vueltas al relato de un niño que ama a su rosa y que viaja de planeta en planeta no se entendería si no hubiera mucha verdad en el escaso puñado de páginas que componen la obra.
El piloto y aviador francés introduce con suavidad pero con acierto reflexiones acerca del amor, del tiempo perdido –o ganado- por pasarlo junto a alguien, de la amistad, del valor de la imaginación inocente o del absurdo que suponen la vanidad, la codicia o el orgullo. Es, en definitiva, una auténtica joya a la que el director Mark Osborne –responsable de “Kung Fu Panda” y uno de las mentes detrás del cuadrado y amarillo Bob Esponja– se acerca con el respeto que merece “El Principito”.
El realizador sabe que con esta película se dirige a dos tipos de espectadores: los que, enamorados del cuento original, se acercan a ver cómo se han plasmado sus ilusiones en fotogramas y los niños a los que el relato en papel les pilla lejos y para los que esta película será su primera toma de contacto con el mundo creado por Saint-Exupéry. Por ello, Osborne toma la inteligente decisión de no limitarse a poner en imágenes las páginas del autor francés: esta película de “El Principito” funciona a la vez como adaptación, homenaje y secuela no autorizada –el segundo tramo de la cinta, algo inferior al primero, imagina qué pasó más allá de las páginas del cuento original-.
Vista como una adaptación de cara a los lectores ya crecidos, el trabajo es insuperable. Aunque el relato de “El Principito” en sí ocurre en un segundo plano –es la historia que el aviador cuenta a la niña protagonista-, toma cuerpo mediante unas preciosas y preciosistas secuencias que parecen hechas de papel de seda. Resulta fascinante el modo en que las célebres acuarelas del propio Saint-Exupéry cobran vida dejando un regusto casi artesanal, en contraste con la más que correcta –y más convencional- animación que articula la trama principal.
Pero más allá de esta acertada decisión visual, donde la película adquiere auténtico valor es en el fondo, en el modo en que asume los valores del cuento clásico y los utiliza para vehicular una trama caricaturesca –los personajes no tienen nombres y el diseño visual del mundo resulta repulsivo en su uniformidad- que funciona a la perfección para transmitir esos mismos valores a los niños de hoy.
Sin adolecer de un síndrome de Peter Pan naif y facilón –el aviador repite a lo largo del metraje que “lo trágico no es crecer, si no olvidar”-, “El Principito” contrapone el mundo adulto al infantil. El gris monocromo frente al color vivo, un vecindario tan perfecto que resulta una mezcla entre chip, cárcel y laberinto frente a una construcción alocada pero cálida. El mundo adulto y exagerado de la película resulta hasta repulsivo y grotesco en su búsqueda de “lo esencial”: en una escena particularmente deprimente, la madre de la protagonista le asegura que la quiere “igual que a su plan de vida”.
Es este contraste el que permite que afloren los valores: frente al objetivo de los adultos –ser “esenciales”- se encuentra el auténtico leit motiv de la película, la frase tal vez más famosa de todo “El Principito”. “Solo con el corazón podemos ver bien: lo esencial es invisible a los ojos” es el mensaje de fondo de la película, como lo es del libro. Es una llamada a no obcecarse en el egoísmo de la vida caracterizada como adulta –en la que cada uno solo mira por su interés, obsesionado por su trabajo y por servir de engranaje a la rueda social- y a dar cancha a aquello invisible pero esencial: los lazos, las conexiones con los demás.
El amor del Principito por su Rosa –una, por cierto, magnífica Marion Cotillard en la versión original-, la relación de amistad entre el aviador y el Principito –y su eco, la de la niña y el aviador-… Pero tal vez la mejor plasmación de esta idea la diera el propio Saint-Exupéry cuando narra cómo, una vez en la Tierra, el Principito encuentra un Zorro salvaje, que le dice: «Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo”.
Pero la película, como el libro en que se basa, es una mina a la hora de bucear en busca de perlas para la reflexión. Otro de los temas que Mark Osborne introduce es el de la esperanza ante la muerte: sin entrar en detalles sobre el argumento para no incurrir en spoilers, encontramos en la película una visión según la cual el fin no es el fin. “Lo que dejo sólo es un cascarón vacío, y un cascarón no es algo triste”, dice cierto personaje, con lo que el film hace explícito este nivel de lectura ya presente en “El Principito” original.
La película también introduce algunas de las metáforas en forma de habitantes de microplanetas presentes en el relato clásico, pero además presenta algún tema de cosecha propia. En concreto, Osborne parece especialmente preocupado por las consecuencias que una obsesión por el trabajo puede acarrear en el seno de una familia. Cerrando el círculo, no centrarse en lo auténticamente esencial, ver un sombrero donde una boa acaba de devorar a un elefante, acaba rompiendo el núcleo que formaban los padres de la niña protagonista con ella.
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