Título Original: Lourdes |
SINOPSIS
Christine ha pasado la mayor parte de su vida confinada en una silla de ruedas. Para escapar de su aislamiento, emprende un viaje a Lourdes, el legendario lugar de peregrinaje en el corazón de los Pirineos. Una mañana, se despierta aparentemente curada por un milagro. El jefe del grupo de peregrinos, un seductor voluntario de la Orden de Malta, empieza a interesarse en ella, que intenta aprovechar esa nueva oportunidad para ser feliz, mientras que su curación despierta envidia y admiración entre los demás miembros del grupo.
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CRÍTICAS
[Juan Orellana, Pantalla 90]
Avalada por el Premio Signis y el Fipresci del Festival de Venecia y con el Giraldillo de Oro a la Mejor Película del Festival de Sevilla, llega a nuestras pantallas la singular Lourdes, tercer largometraje de la austriaca Jessica Hausner, una directora agnóstica que afronta los milagros atribuidos a la Virgen de Lourdes.
La película cuenta la peregrinación que hace Christine, con esclerosis múltiple, a Lourdes. Forma parte de una peregrinación organizada, con voluntarios de la orden de Malta, y al frente de la cual está el Padre Nigl. El grupo está formado por personas de lo más variopinto: unos más creyentes que otros, algunos envidiosos, otros frívolos, otros dados al chismorreo,… pero todos atravesados por el silencioso deseo de que en su vida irrumpa una novedad.
La cuestión es que Christine, tras pasar por las piscinas, empieza a experimentar una mejora, y esa misma noche recupera su perdida movilidad. El médico le informa que la esclerosis a veces avanza y a veces retrocede, pero que su mejora es sin duda excepcional. ¿Es un milagro o no? La película no lo dice, ni lo sabe. Lo deja al juicio del espectador. Pero lo interesante es lo que Lourdes sí dice entre líneas: que el milagro no es recuperar o no la movilidad, sino que en la vida irrumpa un significado, un sentido que te haga feliz. De hecho, Christine no se queja tanto de su enfermedad, como de que “mi vida transcurre sin mí”.
En este sentido la película dice verdad, y que los milagros, separados del sentido de la vida, pueden verse como extravagancias. Pero también es cierto que la película está atravesada por una melancólica tristeza impropia de los santuarios marianos. Falta sin duda una mirada de fe que la directora, a pesar de sus nobles intenciones, no tiene. Pero conviene resaltar la figura de dos personajes: La señora Hartl, profundamente religiosa, silenciosa, que es quien verdaderamente hace de “camino” entre Christine y la Gracia. Ella encarna la misión de la Iglesia, compañía humana que acerca a los hombres a su Destino. Ella es quien, saltándose las normas, aproxima la silla de Christine al lugar del milagro. Por otro lado esta Cecile, la voluntaria-jefe, una mujer estirada de aspecto ascético, que se revelará como una mujer capaz de dar su vida por los demás, exaltando el valor del sacrificio.
El film, dentro de su tono amable, no evita mostrar las oscuridades del alma humana: el egoísmo, los que hacen negocio del santuario, el escepticismo casi cínico de algunos personajes,… y dentro de ello me parece muy significativo el personaje de María, versión profana de Lourdes. Esta enfermera, interpretada por la actriz sensual y destapista Lea Seydoux, encarna las ganas de vivir, la fogosidad irresponsable de la juventud, la belleza carnal,… y es ante ella, bailando y cantando la famosa canción de Al Bano, Felicitá, cuando Christine experimenta la alegría de sentirse viva. Es una escena paralela a aquella de El séptimo sello de Bergman, cuando el caballero Block experimenta la felicidad en un atardecer, merendando fresas con leche con sus amigos. Es la lectura inmanentista y “buenista” del film, probablemente la de la directora.
Formalmente el film es frío, con personajes excesivamente formales, bressonianos, de lenta cadencia, y con una primera parte que se dilata en exceso. El comienzo y el final son brillantes, y quizá se abusa de la música litúrgica. Pero sin duda es una película interesante y muy aprovechable para quien quiera ver en el cine un espejo del hombre contemporáneo.
Milagro
Más allá de los milagros que tienen lugar, o no, en Lourdes, la existencia de esta pequeña gran película es en sí misma un auténtico milagro. Porque narra con tremenda honestidad y verdadera hondura las vicisitudes de un grupo de peregrinos que acude al lugar de las apariciones de la Virgen. La actitud que proponen el sacerdote, las enfermeras cuidadoras, los voluntarios de la Orden de Malta, es la de la aceptación de las dolencias que Dios permite, pedir sobre todo la salud del alma, aunque albergando también la esperanza de que puede ocurrir el milagro de la curación. Con rigor casi documental y sin una sombra de cinismo, vemos a personas normales y corrientes, con sus rasgos de generosidad y de paciencia, pero también con las miserias que son comunes a todo ser humano.
Destaca Christine, una joven con esclerosis, postrada en la silla de ruedas, sonriente y resignada a su suerte, que como dice al sacerdote, se observa desde fuera. Pero hay toda una galería de seres humanos, atrapados tal vez en la rutina de las peregrinaciones. De modo que dos jóvenes enfermeras pueden estar más pendientes de flirtear que de cuidar a los pacientes asignados; actitud que compartirían con los correlativos miembros de la Orden de Malta. La jefa de la expedición, desde luego abnegada, puede permitirse juzgar la actitud de otros, pensar que no son perfectos porque buscan milagros y no el encuentro con Dios. Los veteranos líderes de este tipo de viajes pueden bromear y haber desarrollado cierto escepticismo acerca de la posibilidad de los milagros.
Una anciana puede desear la curación de la joven a la que cuida, pero a la vez advertir que se convertirá en una inútil si ella ya no requiere de su servicio. Dos amigas mayores pueden ir a Lourdes con una mezcla de beatería y deseo de chismorreo. Y ante como discurren las cosas, puede uno alegrarse del bien que acontece al otro, y a la vez sentir envidia. Son manifestaciones muy realistas de lo bueno y lo malo que hay en el corazón del hombre.
La guionista y directora austriaca Jessica Hausner cuenta su historia sin aspavientos ni histerismos, con claro respeto al hecho religioso -llama la atención la pausa casi reverencial con que se detiene en ceremonias como la bendición con el Santísimo y la procesión de las antorchas, o en las visitas a la gruta-, y sin intención de persuadir o imponer un punto de vista acerca de lo que el espectador ve.
Aunque abierta a múltiples lecturas, presenta en pantalla con naturalidad el presunto milagro. Y éste obliga a las preguntas habituales -cuya respuesta desde la fe no consuelan del todo-, acerca del sentido del dolor, del modo en unos sufren y otros sanan, en lo que se diría capricho de Dios; no se entiende la lógica divina, el modo en que «reparte» lo que toca a cada ser humano, su estruendoso silencio; e incluso el escándalo que sigue al milagro, las reacciones encontradas de los testigos, de alegrarse pero no del todo.
La felicidad perfecta no existe, es una idea recurrente en el film. Uno puede procurar hacer el bien, y sin embargo, advertir que está bien lejos de la perfección. Se puede experimentar bienestar, pero resulta imposible afirmar cuánto durará aquello, si tras acabar una prueba no estará aguardando otra a la vuelta de la esquina.
Las interpretaciones, como corresponde, son muy naturales, destacando entre ellas la de Sylvie Testud, una composición de Christine muy medida, con encanto. El film se ha rodado en las auténticas localizaciones, y ello intensifica el realismo de la historia que se nos propone, el acercamiento al misterio.
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