A FONDO
[Sergi Grau. Colaborador de Cinemanet]
EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL CINE
17. JOHN SAYLES
Película: Lone Star
Temática: Inmigración (II). Historias de la frontera
«Your sweet memory comes on the evenin’ wind
I sleep an dream of holding ypu in my arms again»
Bruce Springsteen, Matamoros Banks
Forjado en la heteróclita y tan nutrida cantera de talentos gestionada por el productor Roger Corman, para quien trabajó de guionista durante los años setenta, John Sayles es un cineasta un tanto inclasificable en su medio de formación y expresión artística. Escritor y director de todas sus películas (y montador de muchas de ellas, como la que nos ocupa), financia esos proyectos personales con los réditos que obtiene por la manufactura de trabajos diversos en el seno de la industria televisiva y cinematográfica, y a menudo en el territorio del fantastique: solo o en compañía de otros, ha rubricado los guiones de filmes como Piraña, Aullidos (las dos de Joe Dante, 1978 y 1981), El clan del oso cavernario (Michael Chapman, 1986), Hombres de acero (Perry Lang, 1994) o Las crónicas de Spiderwick (Mark Waters, 2008), y en su currículo hallamos también la realización de algunos de los videoclips del disco Born in the USA, de Bruce Springsteen, así como muchos trabajos de filiación televisiva. Esta carrera de vocación, si quieren, más artesanal, se compagina con una filmografía actualmente compuesta por veinte películas, algunas más celebradas (sobre todo por la crítica) y otras menos, pero que en todos los casos le permiten alardear de algo bien difícil en el cine de hoy y de siempre: el haber tenido una absoluta independencia, ello traducido en el completo control creativo. Propuestas como Ciudad de esperanza (1991), Passion Fish (1992), La tierra prometida (2002), Silver City (2004) o Honeydrippers (2008) revelan la personalidad de un director afiliado a una visión crítica y a menudo doliente del sistema político-económico de su país y muy atento a los rasgos culturales específicos y a la sensibilidad social. Las películas de Sayles suelen ser siempre estimulantes porque sus loables intenciones y discursos suelen alambicarse a través de interesantes pautas argumentales y estudios de personajes. Sin embargo, en pocas ocasiones puede decirse que Sayles haya alcanzado la absoluta brillantez de la obra que nos ocupa, Lone Star (1996).
Lone Star narra no una sino diversas historias de la frontera. El relato se ubica en una pequeña localidad tejana, situada en el condado de los Ríos, podemos cavilar que cerca de Brownsville, un lugar que se caracteriza (y que Sayles se esmera en significar) por el flujo entre blancos, latinos y negros, y sobretodo por los conflictos en la frontera entre los wet-backs que tratan de llegar a los Estados Unidos y los Rangers o policías fronterizos que tratan de impedírselo. No es casual que la primera secuencia del filme –en la que se halla un cadáver y una estrella de sheriff que dará título al filme y lugar a la trama– transcurra precisamente en el árido desierto que sirve actualmente de divisoria entre ambos estados. Lone Star analiza, casi desmenuza, tipologías culturales y sociales a través de la atenta trabazón de conflictos que atañen a tres personajes epicéntricos, o más bien las tres familias que representan: Sam Deeds (Chris Cooper), un blanco caucásico sheriff del pueblo e hijo de otro legendario sheriff; Pilar Cruz (Elizabeth Peña), una mejicana, hija de una inmigrante próspera, que es profesora de historia en el instituto de la localidad y a la sazón fue el amor de juventud de Sam; y Otis Payne (Ron Canada), un hombre de color que regenta un bar de copas y vive estigmatizado por la mala relación que mantiene con su hijo, severo coronel del ejército que rige una base militar en los aledaños del pueblo. Para llevar a cabo esa mirada que se pretende caleidoscópica, nada mejor que lanzarse a dos triples mortales: el primero, transitar continuamente entre lo objetivo (esa mirada de sesgo sociológico) y lo subjetivo (el pulso emocional que define lo conflictivo entre los diversos personajes, sus encuentros y desencuentros amorosos o familiares); el segundo, abrir la historia al pasado: siguiendo la investigación que el sheriff Sam lleva a cabo de la identidad del hombre muerto poseedor de aquella estrella solitaria hallada en el desierto, el filme promueve diversos sketches en flash-back, que narran la vida del padre de Sam (Kris Kristofferson) y tirano sheriff que le precedió en el cargo, que refieren la llegada a los Estados Unidos de la madre de Pilar y que nos ponen en antecedentes de los primeros pinitos de Otis como camarero en el bar que después regentará.
En su compleja pero tan bien definida estructura argumental, Lone Star abona una formidable riqueza de tesis. Sin perder de vista en ningún instante la progresiva acumulación de datos (a menudo revelaciones) que dará la medida dramática de la historia (la relación rehabilitada entre Sam y Pilar), se aprovecha cada situación planteada, incluso cada anécdota, para seguir cimentando esa mirada comprensiva del complejo entramado humano que convive en la frontera y el modo en que lo hace, todo ello apuntalado con saludables ejercicios de memoria histórica –la cuestión del Alamo o la referencia a los black cowboys Seminolas (1). La conclusión, rigurosa, precisa, que la película va perfilando nos habla de la injusticia y desigualdad como codas de funcionamiento de la comunidad, injusticias presentes desde hace siglos y que han forjado el estado de las cosas actual, una coyuntura que es posible mitigar, pero a un alto precio y con mucha lentitud en aras al desarrollo de una igualdad real, con visos poco menos que utópicos. En la película termina conviviendo una tesis pesimista, la que habla del abuso de poder por parte de las fuerzas vivas del pueblo, con otra más esperanzadora, personificado en la relación entre Pilar y Sam, que halla una puerta a la concordia entre dos mundos contrapuestos, cerrando la película en esa poco menos que sublime secuencia en la que la pareja se encuentra en el escenario ahora demudado del que fuera un cine drive-in (precisamente el lugar en el que, de adolescentes, fueran separados), y, tras destapar todas las verdades que les ha maculado (a ellos, a toda la comunidad), hallan una posibilidad de redención, de afrontar en compañía el incierto porvenir.