Película que resulta fallida y a ratos irritante sobre todo por su enfoque de la Guerra Civil, mucho más convencional y parcial de lo que sus autores han asegurado por activa y por pasiva. En realidad, la película ofrece más de lo mismo: una grosera insistencia en las obsesiones sexuales de los soldados, una apolillada invocación a la lucha de clases como causa principal de la Guerra Civil y una romántica y complaciente visión del bando republicano.
SINOPSIS
Al cabo Juan Castro le importa más la suerte de su mula que ganar la guerra. Por eso sale a buscarla y, tras atravesar la línea del frente, se ve implicado en un episodio tan peligroso como hilarante que, muy contra su voluntad, lo va a convertir en héroe de guerra. A través de la figura de Juan Castro, más preocupado por sus avances en el terreno amoroso que por la progresión del enemigo, se nos ofrece una visión insólita de la guerra civil: antiheróica, pícara y tierna a la vez.
¡Debate esta película en nuestros foros!
CRÍTICAS
[Jeronimo José Martín – COPE]
Sierra de Córdoba, 1939, durante la recta final de la Guerra Civil española. Juan Castro (Mario Casas) es un sencillo cabo acemilero del ejército nacional, que intenta no hacer daño a nadie. Un día se encuentra una mula blanca extraviada, a la que llama Valentina, y a la que cuida con la intención de quedársela cuando termine el conflicto. En ésas, Juan se enamora de Conchi (María Valverde), una chica guapa y decente, que regenta un hotel en un pueblo cercano al frente. Y, para conquistarla, se hace pasar por un hacendado, con la ayuda de El Chato (Secun de la Rosa), un amigo suyo de la infancia, al que presenta como su criado. La mula y Conchi distraen un poco a Juan y a El Chato de los últimos y crueles coletazos de la lucha fratricida que desangra a España.
Rodada hace cuatro años, esta accidentada adaptación de la novela homónima del jienense Juan Eslava Galán —basada libremente en la historia real de su propio padre— podría haber sido una buena película, pues cuenta con un tono esperpéntico cercano al de La vaquilla, de Luis García Berlanga. En este sentido, La mula goza de un buen ritmo narrativo y de unas cuantas secuencias divertidas, que subrayan la entrañable humanidad de los personajes principales. En este punto brilla con luz propia la excelente interpretación —con trabajado acento andaluz— de Mario Casas, justamente premiada en el Festival de Málaga 2013 con la Biznaga de Plata al mejor actor. El resto de los intérpretes principales no lo hacen mal, aunque unos cuantos de los secundarios e incidentales caen en el histrionismo o en un amaneramiento desagradable.
En cualquier caso, La mula resulta fallida y a ratos irritante sobre todo por su enfoque de la Guerra Civil, mucho más convencional y parcial de lo que sus autores han asegurado por activa y por pasiva. Por ejemplo, a la brutal persecución religiosa en la zona republicana sólo se le dedica una fugaz referencia radiofónica, al tiempo que se ofrece una grotesca visión de los católicos del bando nacional, sobre todo en una ofensiva secuencia caricaturesca, protagonizada por un obispo.
En realidad, la película ofrece más de lo mismo: una grosera insistencia en las obsesiones sexuales de los soldados, una apolillada invocación a la lucha de clases como causa principal de la Guerra Civil y una romántica y complaciente visión del bando republicano, eso sí, algo suavizada al presentar con cierta humanidad a algunos personajes del bando nacional. Esa humanización, por cierto, dificultó la calificación por edades de la película durante la etapa más beligerante del zapaterismo, quizás porque atentaba contra los dogmas esenciales de la llamada memoria histórica. El caso es que, en septiembre de 2011, los productores de la película se querellaron contra Mercedes Elvira del Palacio Tascón, por entonces Subsecretaria del Ministerio de Cultura. Otra pista falsa que hizo pensar a muchos que este filme ofrecería por fin una mirada diferente.
A este gravísimo defecto de fondo se añaden las secuelas formales que ha dejado en la película el total desencuentro con la productora española Gheko Films del cineasta británico Michael Radford (1984, El cartero (y Pablo Neruda), El mercader de Venecia, Un plan brillante), coautor del guión y responsable de las inmensa mayoría del rodaje, pero que no ha participado en el montaje final de la película y ha retirado su nombre de los títulos de crédito. Tampoco aparece en ellos su sustituto en la recta final, el realizador publicitario francés Sebastien Grousset, fichado in extremis por la productora Alejandra Frade. Ciertamente, la participación de Radford no habría arreglado la deformada perspectiva de la película —ya presente en la novela de Eslava Galán—; pero, al menos, habría mejorado su puesta en escena, su continuidad y su montaje, dominados tal y como están por una llamativa falta de personalidad. En fin, otra ocasión perdida de afrontar la Guerra Civil española con rigor, ponderación y afán de reconciliación.
¡Debate esta película en nuestros foros!