[Guillermo Callejo, Colaborador de CinemaNet]
¿Qué tipo de historias triunfan actualmente en el cine? Sin duda, son muchas las películas que se producen todos los años, y por tanto el propósito de responder a esta pregunta puede resultar demasiado ambicioso, puesto que obligatoriamente habrá que llevar a cabo una selección en la mención de las películas. Sólo se trata de hacer algún apunte al respecto y lanzar al aire una o dos propuestas.
En realidad, los problemas surgen ya en la formulación misma del interrogante, porque no está nada claro en qué consiste ese «triunfar». ¿Triunfa un largometraje cuando obtiene el mayor éxito de la historia en las taquillas? ¿O, quizá, cuanto más logra perdurar en la memoria de los telespectadores? ¿Y no será, en primer lugar, cuando éstos se identifiquen con los protagonistas? Sirvámonos, por el momento, de un criterio más o menos universal y que posee una merecida autoridad: los premios Óscar. En las ediciones de los últimos años, se han llevado el Óscar a la mejor película valiosos largometrajes como No es país para viejos (2007), Infiltrados (2006), Crash (2005), Chicago (2002) o American Beauty (1999). Todos ellos son filmes soberbios en su planificación técnica, en las interpretaciones de sus protagonistas, en el despliegue de unos efectos visuales y sonoros que mantienen a su auditorio expectante y lo dejan, con frecuencia, atónito.
Algo análogo sucede con el Óscar al mejor guión original, que recientemente ha recaído en prestigiosos guiones como el de Crash (2005) -sobre la crisis de identidad-, Lost in translation (2003) -en torno a la soledad, a las vidas desapasionadas, a los arrebatos, a la melancolía- y Hable con ella (2002) -acerca del desamparo, las heridas sentimentales y la incomunicación-.
Y aunque los temas que se abordan en estas películas son ciertamente variados, por no decir dispares entre sí, sin embargo ocurre también que adoptan una actitud similar en las tesis de fondo. Es decir, entretienen al público con espectáculos de lo más heterogéneos y dignos de admiración, pero a fin de cuentas logran transmitir al espectador un idéntico y problemático sentido existencial frente a la vida. ¿Cuál? Es difícil definirlo con exactitud, pero en cualquier caso uno más preocupante y destructivo de lo que había vivido el Séptimo Arte hasta la fecha.
En muchas y muy buenas producciones contemporáneas, se acude a la sordidez, a la desesperación, a la incomprensión del mundo en que vivimos, para describir con acierto las circunstancias que rodean a los individuos de ahora. No hay nada erróneo en ello, a mi entender, pero sí lo hay en el hecho de que no planteen un ideal o una solución. Las aspiraciones a algo mejor brillan por su ausencia. Y puede que esto ocurra porque ésa sea justamente la manera en que vive la sociedad contemporánea: sin valores, sin patrones de conducta bien definidos, sin metas firmes y loables. En una palabra, consiste en una humanidad que respira un relativismo fuertemente instaurado y que amenaza por propagarse aún más si no se le pone freno. El cine podría servir para contrarrestar tal oleada: como señala José María Caparrós Lera en su reciente colaboración para CinemaNet, la influencia del cine espectador es muy grande, y en ese sentido el público puede aprender de él, redirigir su conducta, reflexionar sobre sus hábitos.
¿Qué es el bien? ¿Qué es lo malo? Cuando se suprime una instancia última que puede dirimir entre lo ético y lo no ético, cuando se prescinde de un Dios -o, al menos, de la posibilidad de un Dios- y de una moral por encima del tiempo y del espacio que permitan establecer lo correcto y lo incorrecto, cuando se renuncia a una verdad absoluta más allá de los intereses humanos… Entonces sólo queda un triste panorama de desgracias, de búsquedas de simples supervivencias, de felicidades individualistas y supuestamente consoladoras. Hoy en día somos testigos de dicho horizonte, y buena parte del cine que sale a la luz en nuestros días se limita a reflejarlo, en lugar de proyectarlo, trascenderlo y ofrecer mejores y más atractivos paradigmas.
Las películas señaladas antes no son las únicas que exponen la vida así de gris o carente de esperanza. Babel, del mexicano Iñárritu, también plantea las cosas del mismo modo. Y es el caso de Munich, dirigida por Spielberg, donde dibuja la violencia con gran crudeza; de Closer, al cargo del experto Mike Nichols y protagonizada por un reparto estelar; de producciones europeas tan novedosas como Paris, je t’aime, con el amor espontáneo como telón de fondo, tan emotivas como Amèlie o tan opresivas y dramáticas como Dogville, de Lars Von Trier; y de Las tortugas también vuelan, uno de esos desgarradores, pero fascinantes, largometrajes iraníes que han cautivado al mundo entero.
Woody Allen, por otro lado, es asimismo un buen exponente de la reflexión que están experimentando muchos de los grandes realizadores de cine, ya sean guionistas, directores o simples editores digitales. Las películas de este director, guionista y actor tocan temas tan intrincados -y no obstante tan cercanos- como la perdición, la suerte, la irrealidad, el delirio, la muerte o el destino. Unas veces parece reírse irónicamente de tales cuestiones. En otras, muestra la realidad en su perversa desnudez, sin atreverse nunca a pronunciar la última palabra. Match Point ahonda con enorme sutileza, así, en el sentimiento de culpa y en la dualidad azar-destino; Melinda y Melinda se extiende (sin llegar a una conclusión clara) sobre algo tan complejo como la intimidad de las personas; y la inteligente Vicky Cristina Barcelona se detiene a analizar, con pulso de entomólogo, algunas de las perversiones que puede alcanzar el corazón humano cuando se degenera. Y es que eso es Woody Allen: un observador nato de las paradojas del ser humano y de sus miserias. ¿Pero por qué no nos brinda una salida? ¿Por qué no deja entrever siquiera una explicación última de las cosas?
Por supuesto, este sentir en el mundo cinematográfico no es absoluto, y se salvan algunas grandes y optimistas películas que han sabido cosechar enormes éxitos comerciales y que me es imposible recoger aquí. Sirvan de ejemplo Gran Torino (2008), Slumdog Millionaire (Óscar a la mejor película en 2008), El Señor de los Anillos: el retorno del Rey (Óscar a la mejor película en 2003) y Gladiator (Óscar a la mejor película en 2000). También ocupan un lugar privilegiado la saga de Piratas del Caribe (2003-2007) y los imperecederos productos de Walt Disney y Pixar, así como el cine animado japonés de Hayao Miyazaqui o los pacíficos e inconfundibles retratos visuales llevados a cabo por el chino Zhang Yimou. Son prueba, en fin, de que no todo está perdido, ni mucho menos, y de que sólo hace falta reconvertir los valores y saber transmitirlos: un cine que permita, en definitiva, representar nuestra insaciable hambre de verdad y felicidad y apuntar hacia un término digno de ser perseguido.
Antaño, la situación era bien distinta. El Óscar a la mejor película de 1934 fue para Sucedió una noche, y el de 1938 para ¡Vive como quieras!, ambas del ocurrente Frank Capra; otras inolvidables y edificantes películas que obtuvieron la preciada estatuilla fueron Casablanca (1943), Lo que el viento se llevó (1939) y ¡Qué verde era mi valle!, esta última del sensacional John Ford; y, si avanzamos unos cuantos años, El apartamento (1960), West Side Story (1961) o My Fair Lady (1962)… Historias que hablan de lo moral y de lo inmoral, pero siempre delimitando sin ambages la frontera entre lo bueno y lo malo. Ésa es la transparencia con la que el cine ha de seguir avanzando.
Sensacional, Guillermo. Habría que hablar una a una de las películas que comentas, pero coincido contigo en el 99%. Y las que enumeras al final, obligatorias.
Gracias, pabolec. ¿Y cuál es ese 1% restante? Me encantaría conocerlo.
Muy bueno tu artículo, colega; pues pones el dedo en la llaga…
Recibe un abrazo de
Josep Maria Caparrós
Ese 1% es una tontería: simplemente me llamó la atención una cosa. No he visto la película, pero por lo que he leído, me extrañó que calificaras de «inteligente» a Vicky Cristina Barcelona. Vamos, una nimiedad. Saludos!
Por supuesto, hay opiniones para todos los gustos. De hecho la crítica española no la puso especialmente bien, aunque sí lo hizo la americana. Por ejemplo:
http://cinelandianoticias.wordpress.com/2008/05/17/excelentes-criticas-para-vicky-cristina-barcelona/
Te confieso que a mí sí me pareció inteligente: inteligente cómo describe los puntos centrales -y las consecuencias- de un relativismo corrosivo y degradante. La trama es deliberadamente incómoda y sórdida. Johansson no está muy allí, pero Bardem y Cruz, a decir verdad, sí.
La imagen que da de Barcelona y Oviedo, por otro lado, incurre inevitablemente en estereotipos bastante molestos.
Lo acertado de Allen, en mi opinión, está en que sabe precisar por dónde falla la sociedad actual, pero lo triste es que nunca nos brinda un sentido último. La conclusión de la película, por desgracia, es algo así como: «Se desataron en Barcelona muchas pasiones, hubo algo que pudo entenderse como amor, pero todo quedó en eso: en un vulgar paréntesis de dos turistas norteamericanas».
Gracias por responderme, en cualquier caso. Un abrazo.
Muy bueno el artículo. Ya que ha salido Woody Allen, creo que la mejor etapa de este director fue la de los 80, «Hannah y sus Hermanas» o «Delitos y Faltas» me parecen obras maestras y dan para hablar mucho.
Pues sí, Carlos, creo que tienes toda la razón. Y no descarto hablar en un futuro sobre esas películas, aunque el verdadero experto sobre eso aquí es José María Caparrós Lera.
Gracias.
Gracias, Guillermo, por el artículo. Me gusta el fondo y hacia dónde apunta, aunque se centre exclusivamente en el cine americano -entiendo que es el que llega e influye- y sea cuestionable el valor de los Óscar o el acierto de Woody Allen con «Vicky Cristina Barcelona»
Centrándonos en la clave del artículo, pienso que si algo caracteriza al cineasta actual es la voluntad consciente de no dar soluciones por no querer hacer un cine que proclame certezas ni que «adoctrine». Dices bien al mencionar el relativismo -tan en la esencia de Woody Allen, por otra parte-, y es que en el mejor de los casos el cine actual más honrado plantea preguntas… y es como si no se sintiera autorizado a dar respuestas, a entrar a los matices para no perder espectadores, a complicarse la vida con profundidades antropológicas que no sean seguidas por la taquilla, como si la tolerancia se confundiera con la ausencia de convicciones.
¿Qué es el cine o para qué se hace? (como plantea Txema en otro artículo) Esta es la cuestión y el presupuesto básico. Para quienes es un medio para ser mejores haciéndolo o viéndolo -también por medio del descanso y disfrute- es fácil o posible sugerir, con una actitud abierta y de manera sutil, pero me parece que no es el sentir común de la gente del cine. Una visión moral (humana) de una película «espanta», y un final feliz o al menos esperanzado, por ejemplo, siempre será tildado de «complaciente», simplemente porque no creen en la capacidad del hombre para rectificar y darle la vuelta al problema o al error, quizá porque la vida arratre al pensamiento… Temas muy interesantes y complicados… Un saludo,
Julio, muchas gracias a ti por la respuesta. Efectivamente, la cuestión de fondo reside en cómo se entiende el cine: si como medio para mostrar la felicidad y unos ideales concretos, o como como modo de deleite visual. No creo que el primero implique necesariamente adoctrinar, sino simplemente proponer, brindar un paradigma a la audencia para que ésta pueda reflexionar, contrastar y concluir si aquello vale la pena o no. Y Txema, a ese respecto, dice cosas muy valiosas.
Sí, me centré mucho en las producciones hollywoodienses. Es un tema tan vasto que la única solución que veía era centrarme en largometrajes significativos y reconocibles en general.
Me gusta mucho lo que mencionas al final: «Un final feliz o al menos esperanzado, por ejemplo, siempre será tildado de “complaciente”, simplemente porque no creen en la capacidad del hombre para rectificar y darle la vuelta al problema o al error, quizá porque la vida arratre al pensamiento…». Exacto. En último término, lo que está en juego es una visión optimista o negativa de la vida, una fe en que el espíritu trascienda y domine lo corporal y lo limitado de este mundo, o un materialismo acuciante e inevitable al que hemos de sucumbir.
Gracias de nuevo. Un saludo.
Estoy encantado con este web que acabo de encontrar. Me gusta mucho el cine pro no soporto las peliculas españolas repletas de ideología sectaria y me cuesta encontrar filmes para ir a ver con mi familia algun fin de semana, que tengan valores positivos y den respuesta a las preguntas de todo ser humano.
Ya he puesta esta web en mis favoritos, os visitaré con frecuencia. Gracias por vuestro trabajo y enhorabuena.
Gracias Enrique, tus palabras nos dan ánimo para seguir trabajando 🙂 Si quieres, puedes apuntarte a nuestro boletín semanal gratuito en http://www.cinemanet.info/boletin
Feliz año nuevo!