Dirigida por John Ford y estrenada en 1940, Las uvas de la ira adapta la novela homónima de John Steinbeck, distinguida en su momento con el premio Pulitzer. En ella, Steinbeck retrata con fidelidad cómo los pequeños agricultores de los EEUU perdieron sus tierras durante los años treinta del siglo XX, por la conjunción de varios fenómenos históricos, como la Gran Depresión, el fenómeno Dust Bowl (enormes tormentas de polvo que asolaron las cosechas) y la mecanización del proceso de explotación agraria.
Estas circunstancias las aprovecharon los latifundistas para manejar una enorme cantidad de obreros mal pagados y en condiciones precarias. “Quiero colocarles la etiqueta de la vergüenza a los codiciosos cabrones que han causado esto”, dejó dicho Steinbeck. Entre las versiones cinematográficas que ha conocido esta novela, destaca esta memorable adaptación, protagonizada por Henry Fonda y estrenada en una época en la que no era “de buen gusto” tratar dramas sociales en USA.
Antes del rodaje, el productor Darryl F. Zanuck envió investigadores encubiertos a los campamentos de inmigrantes para ver si Steinbeck había estado exagerando sobre la miseria y el trato injusto impuesto allí. Se horrorizó al descubrir que, en todo caso, Steinbeck había minimizado lo que ocurría en los campos.
Estrenada en marzo de 1940, Las uvas de la ira fue ganadora de diversos premios; entre ellos dos premios Óscar (mejor director para John Ford y mejor actriz de reparto para Jane Darwell) o los galardones del National Board of Review o del Círculo de críticos de Nueva York. Pronto se convirtió en una de las películas épicas de la historia del cine, contribuyendo al auge del cine comprometido con la actualidad social.
La grandeza de la historia
La grandeza de esta historia radica no en el reflejo del daño de los agricultores, sino en la lucha expresada en la familia Joad, junto a miles de americanos, por buscar un futuro más próspero. John Ford traslada de manera magistral a la gran pantalla lo que sí provoca la verdadera ira, de quienes la sufren y de quienes se sienten a su lado. Esto está muy lejos de nuestras historias actuales, repletas de adolescentes críticos con un sistema que les ofrece oportunidades, pero quizás le ha prometido lo que no debiera: una felicidad sin esfuerzo.
El verdadero protagonista de Las uvas de la ira es Tom Joad (Henry Fonda), un ex convicto que acudirá a la granja de sus padres, encontrándolos en la más completa ruina. Él se encargará de llevar a su familia a California en busca de trabajo, intentará mantener a la familia unida y luchará por los derechos de los trabajadores. El actor fue nominado al Óscar, pero, pese a su magistral interpretación, no se lo concedieron, aunque este trabajo sí que le sirvió para su consagración.
La familia Joad emprende junto a otros miles de norteamericanos un viaje sin retorno por la Ruta 66 rumbo a la «tierra prometida». Allí, sin embargo, las expectativas de este ejército de desarraigados no se verían cumplidas. Aquí conviven lo humano y lo inhumano, la solidaridad con la indiferencia, la generosidad con el egoísmo, la esperanza con la decepción, la vida con la muerte. Un retrato de la vida con todos sus matices, composición que solo está permitida a los genios como Steinbeck.
La familia: principal fuerza de cohesión
Resulta paradójico que un escritor de «izquierdas» nos haya legado uno de los mejores retratos de la importancia de la familia en la sociedad. Las uvas de la ira tiene como centro de gravedad la familia, la cual sostiene a sus protagonistas y les hace ser más humanos en momentos de luchas y esperanzas. La familia Joad va adaptándose a las circunstancias y soportando pruebas más allá de toda resistencia razonable, sin perder la esperanza ni la dignidad.
Aun siendo un papel secundario, Ma Joad, interpretada por Jane Darwell (a la que podemos ver también dando de comer a las palomas en Mary Poppins), es el eje cohesionador de la historia. Con sencillas palabras, se expresa con la dignidad y sabiduría de los humildes, de quien se sabe refugio. Ella acoge las tristezas y cansancios de su familia. Sus discursos, que no tienen desperdicio, empujan al espectador a seguir vorazmente sus intervenciones.
Éxodos masivos y la globalización de la codicia
La tierra es algo más que un pedazo de suelo. El desgarro de perder la tierra cultivada con los brazos y el sudor de generaciones, el lugar donde la familia ha construido su intrahistoria, es algo más que perder un empleo: es perder las raíces. Esto solo pueden saberlo quienes se han visto sometidos a la emigración por necesidad.
«¿Por qué anuncian trabajo si no lo hay?», se pregunta Tom Joad, en un momento de la cinta. La respuesta la da otro desheredado: si hay trabajo para mil y llegamos tres mil, tres brazos se alzarán por un trabajo, y entonces en lugar de 25 centavos pagarán 20, y después llegarán más que lo harán por 15 centavos. ¿No es la respuesta a la globalización industrial? Si aquí nos exigen sueldos dignos, ya nos iremos a producir donde la necesidad no los exija.
Por ello la solución para mitigar los grandes movimientos migratorios pasa por invertir en los países de origen, lugar del que nadie quiere escapar si no fuera por la necesidad extrema. Se trata de una temática tremendamente actual en esta época, y aún más desgarradora. Hoy prosiguen los éxodos masivos que buscan «californias» en las costas de Europa. Demasiadas almas han perecido a pocos kilómetros de nuestras playas, en muchas ocasiones por crear tensiones políticas y extraer réditos para los gobernantes.
Cada día los mercados están repletos de productos cultivados o manufacturados en países donde la mano de obra está cerca de la esclavitud. Habría que poner a los políticos de uno y otro lado, a las mafias, a los que juegan con estas almas para adquirir objetivos políticos y económicos también el calificativo de “cabrones”, como lo hizo Steinbeck.
Una conjunción de genios
Cuando John Steinbeck vio la película, quedó maravillado con la interpretación de Henry Fonda como Tom Joad, y sintió que había reflejado a la perfección aquello que quiso transmitir con este personaje. Los dos se hicieron muy buenos amigos. De hecho, Fonda hizo una lectura en el funeral de Steinbeck. Podemos afirmar, por tanto, algo que pocas veces suele ocurrir. Asistimos a la unión de varios genios que dejaron su impronta en el celuloide: la novela de Steinbeck, la dirección de Ford, y unos actores que encarnaron con fuerza la denuncia social.
Las uvas de la ira es, en definitiva, una buena película para nuestros indignados sin causa, para aquellos que proclaman desgracias apocalípticas, para quienes buscan un futuro tan solo al amparo de la protección del Estado o de partidos políticos que prometen derechos y ningún deber o esfuerzo. El «estado del bienestar» no es un regalo político, es fruto del esfuerzo de pasadas generaciones y que podría caer por la irresponsabilidad de la conjunción de políticos cortoplacistas y los colectivos victimistas que tanto prosperan por Occidente.
Este análisis es estupendo, pero olvida a otro genio que creo parte de las imgenes tan poderosas de esta película. Me refiero a Gregg Toland, director de fotografia de esta película, y que Ford aconsejó a Welles de llevar en Citizen Kane. Es el gran defensor de la profundidad de campo en el rodajes de los diversos planos en rodaje. Merece que se le cité ya que su vision es creadora de la mejor época del cine