Spider-Man: Lejos de casa

Guillermo Altarriba

Director de contenidos de CinemaNet. Periodista y politólogo por formación, dibujante y cinéfilo por vocación. Creo que pensar el cine para cambiar el mundo es una meta difícil y loca: por eso vale la pena dedicarle tiempo y esfuerzo. VTR.

La primera imagen de Spider-Man: Lejos de casa es una Virgen María. Tal cual. Una estatua religiosa en un pueblo mexicano protagoniza el primer plano de la última película de Marvel, justo después de los logos. La anécdota puede parecer irrisoria, pero los primeros segundos de cualquier film no se escogen al azar. En este caso, la simbología cristiana nos avanza los dos temas centrales de la película: la creencia y la vocación.

Antes de entrar en ello, un poco de contexto. Spider-Man: Lejos de casa es la 23ª película del Universo Cinematográfico Marvel y también, a la vez, secuela directa de Spider-Man: Homecoming y Vengadores: Endgame. Ocurre algunos meses después de esta última, recoge el espíritu de comedia adolescente de Homecoming y nos lanza en esta ocasión a un tour por Europa.

Peter Parker -el joven neoyorquino bajo la máscara de Spider-Man- y sus compañeros de clase celebran el fin de curso con un viaje por un puñado de ciudades europeas. Para Peter -que aún no ha digerido la muerte de su mentor, Iron Man– han de ser unas vacaciones alejadas de superheroísmo, pero la aparición de unos monstruos y un misterioso encapuchado apodado Mysterio echarán al traste sus planes.

Con esta premisa se desarrolla una película que -una vez más- demuestra la solidez de la fórmula Marvel: son dos horas muy entretenidas; que combinan el humor, la acción y un puñado de personajes carismáticos con las obligadas referencias más o menos oscuras a los cómics. La diferencia, en este caso, la marca el villano: Jake Gyllenhaal da vida a Quentin Beck -Mysterio-, un enemigo clásico del trepamuros que aquí se usa para tratar los dos temas que apuntaba al inicio.

El primero es la fe, o -mejor dicho- la creencia. “Todo el mundo necesita creer en algo”, asegura en un momento de la película Mysterio, un enemigo que -desde su primera aparición en The Amazing Spider-Man #13– se ha caracterizado por ser un maestro de las ilusiones, y que en Lejos de casa adopta rasgos de villanos como el Síndrome de Los Increíbles o el Ozymandias de Watchmen.

El Mysterio de 2019 está actualizado: responde al fenómeno tristemente extendido y muy actual de los bulos, o fake news. Durante el metraje le vemos a través del filtro dudoso de los medios de comunicación –“todos sabemos que si lo dice un telediario, es verdad”, bromea irónicamente Peter en una ocasión-, y la crítica a la desinformación llega a su culmen durante la primera escena tras los créditos.

El segundo tema que prefigura la aparición de la Virgen al inicio de la película es la vocación. El tema no se plantea en términos espirituales, sino que recoge el lema por antonomasia de las historias de Spider-Man: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. En este caso, la responsabilidad coge forma de vocatio, o llamado: antes de morir, Iron Man nombró a Peter Parker como su sucesor.

El joven, no obstante, se debate entre responder a esta vocación incómoda y exigente o darle la espalda y volver a su vida de estudiante despreocupado. En medio del debate, Mysterio se comporta como un anti-Tony Stark. El villano ejerce de mentor perverso, tentador, ofreciendo a Peter la oportunidad de dejarlo todo atrás y encarnando una inversión del lema: “todo el poder y ninguna responsabilidad”.

Gyllenhaal roba la función con su personaje, pero no brillan menos los protagonistas: desde Tom Holland, que parece haber nacido para el papel de Spider-Man, hasta Zendaya, una digna alternativa a la Mary Jane de Sam Raimi. Si le añadimos la enérgica banda sonora de Michael Giacchino y batallas espectaculares en Venecia, Praga o Londres, el resultado es una película más que recomendable para el verano, y con un par de cosas interesantes sobre las que reflexionar al salir.

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