Puñales por la espalda

Guillermo Altarriba

Director de contenidos de CinemaNet. Periodista y politólogo por formación, dibujante y cinéfilo por vocación. Creo que pensar el cine para cambiar el mundo es una meta difícil y loca: por eso vale la pena dedicarle tiempo y esfuerzo. VTR.

En una mansión aparece un muerto. Todos los presentes aseguran que ha sido un suicidio, menos uno: un detective privado, frío y metódico, que procede a interrogar a todos los restantes para averiguar la verdad. Suena a historia mil veces contada -y podría ser la sinopsis de cualquier novela de Arthur Conan Doyle o Agatha Christie-, pero con esta premisa tan sobada Rian Johnson construye uno de los estrenos más estimulantes y afilados que hay en la cartelera: Puñales por la espalda.

El de Johnson es uno de esos nombres a los que conviene seguir: el año pasado dividió a los fans de Star Wars con un punto de vista fresco sobre la saga en Los últimos jedi, y antes que eso retorció el tiempo y el espacio en el trepidante thriller de ciencia-ficción Looper. En Puñales por la espalda toma prestada la estructura de un “¿quién lo hizo?” -lo que en inglés conocen como whodunit– y lo usa para lanzar ganchos directos a la cerrazón mental y moral de la sociedad estadounidense.

Comencemos por el principio: en Puñales por la espalda, el muerto es un famoso -y muy rico- escritor de novelas de misterio, Harlan Thrombey. La ristra de sospechosos incluye a sus diversos hijos, a sus nueros, a sus nietos y a la auténtica protagonista del film, Marta: latina, hija de inmigrantes ilegales y enfermera personal del difunto. Frente a todos ellos está el Sherlock Holmes de turno, Benoit Blanc.

A partir de aquí, Johnson -también guionista- hace avanzar la trama con mano experta, dosificando la información en un auténtico despliegue de inteligencia y yendo siempre medio paso por delante del espectador. Puñales por la espalda se disfruta como un mecanismo de relojería bien engrasado, en el que cada palanca y cada resorte tienen su función precisa.

El trasfondo de “Puñales por la espalda”

Aún así, por encima de la trama de misterio -la investigación para descubrir quién mató a Harlan Thrombey-, Johnson dibuja una segunda lectura, articulada en torno a debates sociales demasiado candentes en su país de origen. Bajo este punto de vista -y sin hacer spoilers-, la mansión de Puñales por la espalda es una representación de los EEUU, y cada miembro de la familia Thrombey representa un arquetipo de ciudadano frente a la política de inmigración del presidente Donald Trump.

La inmigrante en tela de juicio es Marta: una persona que viene de fuera -da igual de dónde, y en la película queda claro que a ninguno de los presentes les importa mucho, ya que confunden constantemente el lugar de procedencia de su empleada-, a la que “dejan entrar” en su casa y que quiere “robarles” el dinero de la herencia. ¿El giro? Que ella, la inmigrante, se demuestra por encima de las mezquindades racistas a base de decencia humana, entrega a los demás y empatía.

Puñales por la espalda, por tanto, avanza con precisión milimétrica hilando estas dos pulsiones narrativas -el misterio y la crítica social-, sin dejar de ser entretenida ni por un segundo. Rian Johnson construye su festival de pistolas de Chéjov apoyándose en un elenco sólido que gira alrededor de un Daniel Craig que se deja querer en su papel de sabueso caricaturesco y una Ana de Armas que combina vulnerabilidad y decisión.

Todos estos ingredientes resultan en una película muy divertida que juega constantemente con los clichés del género -el crimen imposible, la búsqueda de huellas, la escena del salón…- y los adopta y adapta con visible gozo. La puntilla la pone un diseño de producción magnífico y rococó, recargado hasta el extremo, donde cobra protagonismo especial un enorme círculo de cuchillos que descansa en medio del salón y es metáfora de la película entera: divertida, con un punto artificioso y afilada. Con un agujero en el centro, claro, como el mejor de los misterios.

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