[Sergi Grau – Colaborador de CinemaNet]
Esa universalidad incontestable nos invita, o así lo proponemos, a plantear esta cita de títulos estableciendo reflejos especulares entre obras de las consideradas clásicas y otras de los últimos años. No con una pretensión analítica –pues eso corresponde a la crítica pormenorizada–, pero sí para enriquecer la fórmula de enunciación de esta auténtico puñado de clásicos de ayer, hoy y siempre que se citarán. Podemos empezar citando a dos cineastas que se hallan en el altar de la consideración crítica. Uno de ellos, el japonés Yasujirô Ozu, hizo de la dialéctica –a menudo espinosa- entre padres e hijos una coda que atraviesa su completa filmografía, coda que le sirve de reflejo para reflexionar sobre el cambio agigantado de usos y prácticas sociales en el Japón saliente de la Segunda Guerra Mundial. En una de las filmografías más sublimes de la Historia del Cine, películas como Cuentos de Tokio (1953) o la más desenfadada Buenos días (1958) se erigen en elocuentes ejemplos del tema que nos ocupa. Otro cineasta, aún en activo, y por muchos considerado “el último clásico”, Clint Eastwood, también se ha interesado a menudo por explorar las espinosas relaciones entre padres e hijos. En filmes de su última franja filmográfica como Un mundo perfecto (1993), Million Dollar Baby (2004) o Gran Torino (2008) existe un personaje desclasado que, por carecer del afecto necesario –sea por condicionantes sociales, en el primer título, o en su seno familiar, en los otros dos- adopta de hecho a un o una menor, con quien establece una relación al principio marcada por la desconfianza pero que germina en sentimientos tan sinceros como el modo, conmovedor, que tiene Eastwood de ponerlos en imágenes.
En una de las tres únicas películas que protagonizó el malogrado James Dean, Al este del Edén (1955), uno de los hijos de un granjero californiano sufre un proceso traumático cuando descubre que su madre, a quien creía muerta, en realidad está viva y trabaja en un club de alterne. Recorre senda inversa el personaje donjuanesco que Bill Murray encarna en Flores rotas (Jim Jarmusch, 2009), quien recibe una carta anónima en la que es informado de que tiene un hijo y emprende un viaje en busca de sus antiguas amantes para resolver el misterio. Recorrido redentor que comparte con el protagonista de París, Texas (Wim Wenders, 1983), filme de otro de los grandes cineastas de la modernidad que conmueve por su discurso, ensamblado desde latitudes poéticas, sobre un hombre que busca firmar la paz con su pasado a través de la esperanza que personifica su hijo perdido.
En esta galería no pueden faltar aquellas películas que exploran el modo en que la referencia de los actos o decisiones de un padre resultan decisivos para el aprendizaje de sus hijos. Y de entre ellas probablemente la obra más recordada sea Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1960), obra que aborda temas polémicos como la violación y desigualdad racial, pero que destaca sobre todas las cosas por el modo en que la actuación del abogado que encarna Gregory Peck, Atticus Finch, sirve como modelo de integridad y moralidad para su hija pequeña, Scout (Mary Badham). También puede destacarse, desde otra óptica, la obra maestra del neorrealismo italiano Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), en la que un niño acompaña a su padre durante su angustioso periplo para recuperar una bicicleta robada y que precisa para trabajar y ganar algo de dinero para mantener a su familia. De otras clases de hostilidad nos hablan tanto Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) como La carretera (John Hillcoat, 2009), que bajo formatos distintos –el cine vintage sobre los iconos noir o el cine apocalíptico de última hornada- nos hablan de lo mismo: de la dura pugna de un padre por mantener a su hijo a salvo de los horrores de este mundo. En esta categoría, y para finalizar, también podríamos incluir dos títulos en los que la importancia de lo transgeneracional se evoca a través de relatos (impropios) de fantasmas, pues la alargada sombra del carácter de un padre o una madre se transmite a sus hijos después de la desaparición de esos progenitores: hablo, por ejemplo, del excelente western Los cuatro hijos de Katie Elder (Henry Hathaway, 1969) o de la muy reciente, descompensada pero interesante Cruce de caminos (Derek Cianfrance, 2013).
El elemento conflictivo, el enfrentamiento entre puntos de vista de padres respecto de sus hijos, también ha sido una formidable cantera temática para el cine. Baste citar la muy diversa naturaleza de filmes como Stella Dallas (King Vidor, 1937), Río Rojo (Howard Hawks, 1949), Una historia del Bronx (Robert De Niro, 1993), Aflicción (Paul Schrader, 1997) o incluso Buscando a Nemo (Andrew Stanton, 2003), relación de títulos que atraviesa géneros, formatos y épocas pero que halla un nexo en su formidable (pues todas ellas son películas extraordinarias) andamiaje dramático en torno al modo en que un padre y un hijo (o una madre y una hija en el caso del filme de Vidor) se enfrentan inevitablemente por razón de la distinta perspectiva sobre la propia condición social, un determinado oficio, el sentido de la integridad y el honor, o, simplemente, el peso entre la experiencia y su ausencia. En todas ellas espora a la postre un discurso conciliador, lo que no debe verse como una convención acomodaticia (la excusa del final feliz) cuanto una constancia de la fortaleza de los lazos en el seno familiar, fortaleza que sobrevive a pesar de todo condicionante individual, cultural y social.
Dejo para el final tres obras muy recordadas por motivos diversos (y para paladares diversos) que son la constatación de cómo el imaginario popular está ávido por filtrar los grandes relatos sobre padres e hijos. Podemos empezar por la celebérrima saga de George Lucas Star Wars (1977, 1980, 1983), cuyos elementos cosmogónicos son barajados hábilmente con ese relato de pérdida y reencuentro entre un padre, Annakin Skywalker/Darth Vader y sus hijos, Luke y Leia: pocas secuencias han impactado tanto a las jóvenes generaciones –las que crecieron a finales de los setenta, pero también las actuales, pues la saga sigue siendo muy famosa- como aquélla de El imperio contraataca (Irvin Keshner, 1980) en la que Vader le confiesa a Luke, en un lance de un enfrentamiento con espada láser, que en efecto él es su padre. Otro clásico icónico e inmarchitable del cine de los setenta, la saga de El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972, 1974, 1990), hace de los lazos familiares, sus lealtades y servidumbres, pero también desagravios y traiciones, la sustancia dura de una dramaturgia que efectúa una relectura absorbente del cine de gángsters tomando como referencia, entre otras cosas, la vena trágica shakespeariana. Y cerramos el listado con uno de los títulos fundamentales de los últimos años, El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011), opus magna que nos habla desde un prisma sensitivo y espiritual de los mecanismos de la memoria a través de la glosa del aprendizaje vital de un niño en el seno de una familia norteamericana en los años cincuenta. Muchas grandes cosas se pueden decir de esta película, pero muchas se han dicho, y magníficamente, en este portal, así que a ellas me remito:
http://www.cinemanet.info/2013/10/el-arbol-de-la-vida-para-el-ano-de-la-fe-i/
http://www.cinemanet.info/2013/11/el-arbol-de-la-vida-para-el-ano-de-la-fe-ii/
http://www.cinemanet.info/2013/11/el-arbol-de-la-vida-para-el-ano-de-la-fe-iii/
te ha faltado «Cómo entrenar a tu dragón 1» que me parece que trata genialmente la complejidad de la relación paterno-filial en la adolescencia, a través del humor… ;D