Los rascacielos ya lo dicen casi todo en su nombre: altísimas torres que buscan arañar la morada de Dios, elevar al hombre del suelo y acercarlo a las nubes. El cine no ha cerrado los ojos a esta realidad y de ello podemos sacar un buen puñado de reflexiones (y una encuesta: les invitamos a votar al final del artículo)
[Guille Altarriba. Colaborador de CinemaNet]
“Marduk me ha ordenado colocar sólidamente las bases de la Etemanenki hasta alcanzar el mundo subterráneo y así hacer que su cúspide llegue hasta el cielo”. Así de humilde expresaba sus intenciones quienquiera que pensase erigir este edificio de nombre impronunciable. La inscripción por sí misma ya tiene su qué, pero el efecto completo requiere un plus de imaginación: póngase en la piel de un ciudadano cualquiera de la Babilonia del 1.700 antes de Cristo; visualícese caminando bajo el sol de justicia de lo que hoy son Irak y Siria.
Sigamos: avanza entre casas de adobe de dos o tres plantas, levanta polvo con sus sandalias mientras se encamina al recinto religioso de Esagila y, cuando levanta la vista, lo ve: una construcción desmesurada que se eleva hasta el cielo desafiando la lógica humana y perdiéndose entre las nubes. Cuando haya recuperado el aliento, recuerde que esa mole arquitectónica, esa “geometría errónea” si nos ponemos lovecraftianos, es la Etemanenki. Tiene otro nombre, más popular pero desde luego menos evocador: el gigantesco zigurat se ha dado en llamar también la Torre de Babel.
Popularizada por cierto libro muy vendido a nivel global, la historia de dicha torre es bien conocida: fue erigida en un tiempo tan lejano que las lenguas todavía eran una como un osado intento de arañar la divinidad. Al inquilino de arriba no le hizo demasiada gracia y, de acuerdo con el relato del Génesis, derrumbó la torre e hizo necesarias las academias de inglés, francés y demás idiomas foráneos. La Torre de Babel es tal vez el símbolo más evidente de las ganas del hombre de extender el brazo y acariciar el Sol, como un Ícaro ignífugo, pero no es el único. Ya desde el inicio de este mismo libro –la Biblia, para más señas- observamos la tendencia: serpiente mediante, el hombre ya aparece como celoso del saber de Dios.
Hoy en día también existen torres de Babel, modernas y positivistas, pero ya no se construyen con ladrillos de barro sino con acero y cristal. Los rascacielos de Nueva York o Dubái se han tornado en símbolos del anhelo usurpador del hombre que no se conforma con su piel y sus huesos. Y el cine, como no, ha reflejado estas moles en numerosas ocasiones, pero ¿cuál es la mejor? Para dirimir esta importante cuestión planteamos una encuesta:
(Les invitamos a votar en los comentarios al final del artículo)
El Empire State (en “King Kong”)
En 1933 y en 2005, el simio gigante más famoso del cine trepaba al emblemático Empire State de Nueva York -en la segunda versión, estrenada en 1976, el rey Kong se encaramaba a las ya desaparecidas torres gemelas-. Amén de soportar el peso de una criatura paleolítica -toca felicitar a los arquitectos-, este edificio ofrece el contrapunto perfecto a la prehistórica bestialidad de King Kong: ¿es casualidad que el terror procedente de la Isla Calavera se imponga sobre la muestra técnica más icónica de la capital no oficial del cine hollywoodiense? A pesar de ser una película eminentemente escapista, la aparición del Empire State permite reflexionar sobre la relación entre técnica y naturaleza, con esta última (re)conquistando el bastión que le arrebataron los neoyorquinos.
Nakatomi Plaza (en “Jungla de Cristal”)
Ni metáfora ni sutil símbolo: la imponente mole del Nakatomi Plaza sirve como escenario para las cabriolas de un John McClane muy enfadado por primera vez –de cinco-. El policía con el rostro de Bruce Willis se enfrentó a terroristas en un aeropuerto, a un diabólico “Simon Dice” por las calles de Nueva York, a ciberterroristas en su cuartel general y a sicarios en Moscú, pero ninguna de estas localizaciones tiene el encanto icónico de la original. Yippi-kay-yey para todos.
El zigurat de Tyrell Corporation (en “Blade Runner”)
En una cinta que Ridley Scott inundó de simbología cristiana –la mano de Deckard atravesada por un clavo Mel Gibson’ style o la paloma que suelta Roy entre lágrimas y lluvia son ejemplos-, no es extraña una referencia a la misma torre de la que hablábamos en la introducción. Si la de Babel era un zigurat construido para arañar la morada del Cielo, resulta totalmente coherente que la corporación Tyrell, la empresa que construye a los replicantes y juega a hacer de Dios Padre Todopoderoso, tenga su sede en una construcción de este tipo.
La torre Stark (en “Los Vengadores”)
Batman tiene su Batcueva, Superman su Fortaleza del Silencio y Spiderman su habitación, pero… ¿cuál será la base de unos superhéroes sin identidades secretas? Un rascacielos parece una buena idea, y por ello el Capitán América, Iron Man y compañía se lamen las heridas en una altísima torre con una A del tamaño de Iowa enganchada a la azotea. Identidad tiene mucha; secreto, poco.
La Torre de Cristal (en “El coloso en llamas”)
Como en “La Jungla de Cristal”, aquí el rascacielos en cuestión apenas es algo más que un escenario para el lucimiento de Paul Newman y Steve McQueen. Una disaster-movie llena de caras conocidas –por el edificio en llamas del título también se pasean Fred Astaire, William Holden y Jennifer Jones– que, sin embargo, no podía no estar en esta lista.
El Titanic (en “Titanic”)
No todos los rascacielos tienen por qué ser verticales: el coloso retratado por James Cameron y transitado por la célebre pareja de enamorados tiene mucho de afán por construir algo más allá de los límites concebidos hasta entonces. Si no fuera porque se basa en una historia real, el iceberg que acabó con los sueños del crucero se podría interpretar como un tosco resorte de guion: la venganza de la Creación ante el desafío que le planta la humanidad en forma de barco.
Orthanc (en “El Señor de los Anillos: Las dos torres”)
Según la mitología que con tanto afán tejió Tolkien, Saruman el Blanco no es precisamente humano –los magos, o Istari, son espíritus enviados a la Tierra Media durante la Tercera Edad del Sol-, pero a efectos prácticos tanto da. Su negra Orthanc, la torre que se eleva en medio de Isengard entre pinchos y salientes puntiagudos, como un gótico desquiciado, se revela un intento desesperado por emular la primera de las dos torres: Barad-Dûr, el hogar de Sauron. Consumido por la codicia, el ansia de poder y el miedo al enemigo, el antaño líder de los Istari acaba corrompido y convertido en un sirviente, una mala copia del Señor Oscuro del mismo modo que su rascacielos –no todos tienen por qué ser torres contemporáneas, ¿no?- es un émulo del más temible situado en Mordor.
El rascacielos (en “High Rise”)
Como una 13 Rue del Percebe distópica, el rascacielos de “High Rise”, directamente traído de una novela de J.G. Ballard, aglutina en un espacio reducido a toda una sociedad. Los pisos hacen la función de separadores de clases sociales y la locura y la tensión aumentan hasta que todo estalla. Como resume Alberto Abuín en su crítica de la película para Blogdecine, “unos no quieren verse pisados por los otros. Unos envidian a los otros. Unos desean a los otros, incluso desean ser ellos. Los de más abajo se quejan —siempre ha sido así— y los de arriba no quieren ni oírlos, sólo demostrarles que ellos mandan y ordenan, incluso en la forma de divertirse”.
Estos son los contendientes, ¿quién es el mejor? Decídanlo en los comentarios:
El Empire State (en “King Kong”)
Torre Stark ( The avengers)
Orthanc (en “El Señor de los Anillos: Las dos torres”)
El zigurat de Tyrell Corporation (en “Blade Runner”)
Titanic
El rascacielos (high rose)
la torre de cristal (El coloso en llamas)
Nakatomi Plaza (Die hard)